200 años de la Universidad de Buenos Aires. La Universidad del ayer, del hoy y del mañana

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Maximiliano Campos Ríos (@Maxicamposrios), Profesor Titular de Ciencia Política y
Administración Pública, Universidad de Buenos Aires.

Empecé la universidad allá por 1997, me levantaba a las 6 de la mañana, me tomaba un café y me iba caminando para cursar el Ciclo Básico Común de la Carrera de Ciencia Política de la calle Uriburu. Nunca pensé que varios años después terminaría enseñando en sus aulas y ello me hubiera marcado tanto en mi carrera profesional.
Mi historia es la historia de millones. La Universidad de Buenos Aires nació en 1821 con el propósito de formar profesionales que habrían de acompañar y dirigir el nuevo Estado que empezaba a construirse. Si bien surgió en el seno de una sociedad más elitista, también acompañó los procesos de democratización, tanto el de la institución como el de la sociedad argentina. Se fue adaptando a los tiempos, con el sentido de ayudar al desarrollo para traer las ideas más modernas y dinámicas.

La Universidad de Buenos Aires, aún en los momentos más difíciles, formó 16 presidentes de la Nación, 5 premios Nobel y personas de ciencia de primerísimo nivel que descollan en todas las ramas. Este año quedó seleccionada, nuevamente, como la mejor universidad iberoamericana en el Ranking Global QS que evalúa 1.000 universidades de todo el mundo. Las áreas temáticas consideradas dentro del top 100 son: Lenguas Modernas (23º), Antropología (37º), Derecho (44º) Ingeniería Petrolera (44º), Sociología (52º), Geografía, Arte y Diseño, Historia y Política y Estudios Internacionales, y esto deja en claro que el verdadero potencial de la UBA está en su diversidad.

A la vanguardia en la defensa de los valores democráticos y con un ingreso irrestricto e inclusión social, la UBA no solo está en los primeros niveles de la excelencia académica a nivel mundial y regional, sino que, además, se encuentra fuertemente comprometida con el desarrollo del país: con sus centros de investigaciones y profesionales altamente capacitados forma parte del Centro Argentino de Pronoterapia (CeArP) -un  proyecto conjunto de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y la empresa INAVAP que tendrá la función de tratar a pacientes oncológicos con tecnología nuclear avanzada- y del equipo de investigación que, junto al CONICET y la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), desarrolló los barbijos de telas antivirales con nanotecnología para uso social que inhiben el virus del coronavirus, además de contar con más de 50 patentes, en trámite y/o concedidas, de invención de productos y procesos ante el Instituto Nacional de la Propiedad Industrial y ante organismos internacionales.

La UBA es una universidad de enorme peso institucional, material y simbólico en el país, tanto por sus iniciativas de investigación, como por la alta calidad de sus profesionales y los convenios de cooperación con universidades y organismos nacionales e internacionales que teje. Pero su contribución más importante es la formación de los hombres y mujeres que, cada uno desde su lugar, contribuya al desarrollo de la nación y a creación de un mejor país.

La UBA en números el algo difícil de dimensionar, ya que posee:

  • 200 años
  • 6 colegios
  • 13 facultades
  • 320.000 estudiantes
  • Más de 100 carreras de grado
  • 500 posgrados
  • 6 hospitales
  • 71 institutos de investigación
  • Más de 9.000 investigadores
  • 5 programas interdisciplinarios de investigación
  • Más de 10 programas de movilidad internacional para alumnos, docentes e investigadores
  • Más de 600 becas UBACYT para investigación científica y tecnológica
  • Más de 50 patentes nacionales e internacionales

Sin embargo, el modelo clásico que orientó la misión de las universidades ha sufrido grandes transformaciones en las últimas décadas y en términos del propio Oscar Oszlak: “estas transformaciones que se produjeron realmente en muy pocas décadas van a continuar y se van a profundizar en el futuro”, pero ninguna transformación ha sido tan compleja y profunda como la que ha tenido que adaptar la universidad dado  el contexto de emergencia consecuencia del Covid-19, en el que estamos siendo testigos  de cómo la enseñanza a través de los medios digitales —con carácter híbrido, en ocasiones— se presenta, de manera paradójica, como promesa de inclusión y a la vez como nuevo mecanismo de exclusión.

El cierre temporal de las Universidades de acuerdo a estimaciones de UNESCO IESALC afectó en América latina unos 23,4 millones de estudiantes de educación superior y a 1,4 millones de docentes en América Latina y el Caribe.  La virtualidad fue la única solución de emergencia para intentar garantizar la continuidad pedagógica. Las consecuencias reales de esta decisión aún están por verse pero se estima que tanto las consecuencias negativas como las positivas, deberán ser consideradas al momento de repensar la formación.

La virtualidad de emergencia ha puesto en serio riesgo de retroceso la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en especial del ODS 4, que propugna una educación de calidad, inclusiva y equitativa en todos los niveles. La primera razón es de índole tecnológica, puesto que la solución adoptada asume que tanto estudiantes como docentes disponen del equipamiento y de la conectividad requerida. La segunda razón es que, aunque la educación superior a distancia parece haber despegado en los últimos años en la región, la oferta parece concentrada en unas pocas universidades y, en particular, en los posgrados (UNESCO IESALC, 2017). La tercera y última razón está relacionada con las competencias de los docentes y de los estudiantes en materia de educación a distancia. En el caso de los docentes no hay datos disponibles acerca de estas competencias, pero todo apunta a que se ha generado en transformar las clases presenciales a modo virtual, pero sin cambiar el currículum ni la metodología.

Por ello, pensar la universidad del mañana no será una simple restauración de la situación anterior ni tampoco algo radicalmente diferente a la configuración que dejamos antes de la pandemia.  En este sentido, parece imponerse un cambio del formato presencial, pero que sostenga ciertas funciones de socialización y transmisión cultural. Será necesario diseñar una cooperación que aliente nuevas alianzas y que promueva formas de asociación más innovadoras, atentas al vínculo entre el cambio tecnológico y los modelos pedagógicos, y que responda a los retos de la brecha digital.

La realidad virtual, la robótica, el blockchain y la inteligencia artificial, entre otras tecnologías, se incorporan rápidamente junto a las modalidades de enseñanza más tradicionales surgiendo como posibilidad los accesos las 24 horas del día, los 7 días de la semana, los 365 días del año, según lo que cada estudiante desee lograr de acuerdo a su estilo de vida o compromisos laborales.

El escenario mundial que se avecina, requiere de cambios profundos en la educación superior en su misión, en su estructura, en su financiamiento, en sus planes de estudio, y definitivamente en los perfiles profesionales a formar. No se trata solo de dejar sin efecto las tecnologías de enseñanza y aprendizaje tradicionales, sino de moldear estratégicamente estas metodologías para cultivar las ideas, para mejorar la creatividad y para fomentar la colaboración para promover la inclusión y la diversidad.

Es una obligación aprender de los errores y escalar la digitalización, la hibridación y el aprendizaje ubicuo para la Educación superior del futuro. Tendremos que estar a la altura de todo esto para pensar los próximos 200 años.